Inocencia pura era ella, que creía que podía atravesar con una
bonita sonrisa el desierto, con muy buenas intenciones.
Ella creía que la maldad era puntual y estaba acotada, y que todo
tenia su explicación, no había ningún cabo suelto.
Ella tenía la vida representada en una gran pintura, dentro de una catedral y cada trozo del fresco que se le desdibujaba por la
humedad de la experiencia era como un nuevo alfiler clavado en
su clavícula.
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