Y
entonces lo hicieron de verdad.
Harpo
volvía del instituto mirando las baldosas del suelo y pensando en
las baldosas del suelo, nada más.
El
discman se había quedado pillado en una canción por culpa de un
arañazo muy insistente, así que paró un momento para cambiar el
CD.
Siguió
caminando y vio a lo lejos a una persona de su bloque, que venía de
otro instituto. Apresuró-se Harpo para alcanzarla y alegró-se de
que ella finalmente lo viese.
Ana
era una de sus personas de cabecera, habían compartido muchos trozos
de pastel, de diversos sabores. Todo ello era mutuamente recordado y
querido, estando hilado además de en el tiempo en los olores, los
sonidos y en un especial instinto subterráneo que no había sido
explotado aun.
Le
empezaba a parecer que quería pasar mil millones de horas con ella
sin hacer nada, y que quería verla muy desnuda. Lo más posible.
Pues
bien, siguieron caminando ahora juntos.
Cuando
llevaban un rato andando hacia casa, sintieron, que lo que les
rodeaba empezaba a resquebrajarse y vieron como por las grietas del
decorado salía a chorros pura vida contenida y entrelazada que les
empujaba a hacer algo. Todo esto lo sintieron por separado, y sin
expresarlo, como andando en silencio entre un apocalipsis
cualquiera.
Pararon
en un banco de cerca de casa, Ana se lanzó a probar su boca en menos
de un latido. Harpo quedó sorprendido y aliviado por no tener que
explicar nada. Quedó totalmente encontrado con lo que quería.
Quedaron encontrados en una nueva parte del mundo.
Y
en este mundo aparte de muchas cosas había un instinto que les
apresuraba a algo muy concreto, les encendía todas las putas luces.
Sabían exactamente que tenían que hacer. Y había un lugar en el
que por lo que fuera podían hacerlo.

Y
entonces lo hicieron de verdad.
Y
después de eso sus vidas cambiaron totalmente, con un balanceo
absurdo, con dos sillas en el suelo y un montón de bichos
expectantes.
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